Después de un verano intenso con la llegada de Marieta a la familia, el cuerpo nos pedía una escapada antes de que llegase el frío.
Elegimos Oporto como destino, una ciudad ideal donde comer y beber muy bien y también fácil de disfrutar a pie. No quisimos ser muy ambiciosos, así que optamos por no llenarnos de planes para esos días. Nos dejamos llevar por las necesidades de la pequeña y nuestras energías.
Fue una escapada corta de cuatro días, de miércoles a sábado. Tuvimos tiempo de descubrir algunos lugares que no conocíamos y comprobar cómo está cambiando la ciudad. La última vez que estuve fue hace cinco años y el recuerdo que tengo es el de un Oporto algo tristón. Nada que ver con nuestras impresiones esta vez.
La luz de Oporto es una de las cosas más bonitas de la ciudad. Visitarla con sol me ha hecho redescubrirla luminosa y vital.
Os cuento aquí algunas cosillas que a lo mejor os sirven para cuando viajéis vosotros. Espero que os sean útiles a la hora de disfrutar de la ciudad tanto como lo hicimos nosotros.
Día 1
Lo primero que hicimos nada más llegar a mediodía fue comer. Eran casi las tres de la tarde, hora local, y teniendo en cuenta los horarios en Portugal, nos parecía un poco tarde para demorarnos dejando las maletas. Fuimos directos a una tradicional casa de comidas portuguesa llamada Antunes, en la rua do Bonjardim, cerca de donde teníamos nuestro apartamento. Comimos un delicioso codillo elaborado en horno de leña, mientras escuchábamos hablar bajito a portugueses en mesas cercanas a la nuestra.
Ir a comer a los sitios preferidos de los habitantes locales suele ser garantía de acierto. Y efectivamente lo fue. Nos chupamos los dedos.
La tarde la dedicamos a pasear, después de hacer una parada en el mítico café Majestic, en la rua Santa Catarina. Es cierto que se ha convertido en un lugar muy turístico donde probablemente no encuentres un solo portuense, pero a pesar de eso y de lo que pueden llegar a cobrarte por un café, no deja de ser bonito y agradable disfrutar de él mientras escuchas piano en directo en un entorno con reminiscencias art decó.
De allí, continuamos nuestro paseo hacia la zona de la Ribeira, al pie del río Duero, donde vimos el atardecer sobre el puente Don Luis I que une Oporto con Vila Nova de Gaia, la pequeña localidad que aloja las bodegas de vino. No es uno de los puentes más altos de la ciudad (unos 45 metros), pero impresiona cruzarlo y comprobar lo lejos que están tus pies del suelo/agua.
Así terminó el primer día, con el atardecer sobre este puente diseñado por un discípulo de Eiffel y una cena en A despensa, un restaurante italiano en el barrio de Cedofeita, con una carta que combina sabores italianos, españoles y portugueses. Disfrutamos mucho con las pastas frescas all’arrabiata y pesto y con el postre, una espuma de mascarpone con almendra crocante. Maravilloso.
Día 2
El jueves, después de desayunar unas ricas torradas de pan portugués con manteiga y un café buenísimo, nos pusimos en marcha. Fuimos a ver las cámaras de foto antiguas y la exposición que en ese momento había en la Leica store y Leica gallery. Nos encantaron los impresionantes retratos femeninos de Mark de Paola. Daban ganas de llevárselos y colgarlos en alguna pared de casa.
De allí fuimos caminando por Praça da Liberdade, la plaza más importante de la ciudad que comunica el Oporto más antiguo con el más moderno, hasta llegar a la Torre dos Clérigos. A pocos metros de allí está la estación de San Bento, famosa por los azulejos de su interior, y la avenida de los Aliados, llena de preciosos edificios modernistas a los lados y el ayuntamiento en medio.
A un paso de allí está la universidad de Porto y en la rua do Carmo se encuentra A tasquinha. Apúntate la dirección, es uno de los lugares donde probablemente probarás el mejor bacalhau com natas de tu vida. Las pataniscas (croquetas de bacalao) estaban también riquísimas, muy bien fritas. Y de postre: tarta de bolachas (galletas), uno de mis postres portugueses favoritos.
La tarde del jueves estuvimos paseando por la rua das Flores hasta llegar al Palacio de la Bolsa. Por cierto, este lugar además de tener unas vistas de la catedral muy bonitas y un patio interior impresionante, aloja una sala de cata de vinos de Oporto. Nosotros entramos a curiosear pero al no ver a nadie allí que nos contase algo sobre los vinos, no le vimos mucho atractivo a ese tipo de cata. Así que seguimos nuestro camino.
Caminar por la ciudad con una bebé de tres meses puede convertirse en una tarea ardua si no te lo planteas con filosofía.
Nosotros esta vez llevábamos la sillita y el fular donde la portamos. Solo usamos un día la silla, lo demás fue todo porteo, y nos vino mucho mejor para subir y bajar cuestas, escalones y escaleras por la zona de la Ribeira. Además, en Oporto muchas calles son empedradas, con lo que supone esto de traqueteo para el bebé.
El esfuerzo mereció la pena solo por recorrer las callejuelas estrechas de la Ribeira. Bajamos y cuando subíamos hicimos una parada en una vinatería llamada Arc of Truth, escondida en Escada das Verdades. Es un lugar al que acuden muchos extranjeros para probar vinos locales y he de decir que no es el mejor sitio para aprender sobre vino de Oporto. Está bien si lo que quieres es disfrutar relajadamente de las vistas con una copita en la mano, pero para empaparse bien de la historia y saber cómo se elaboran es mejor visitar las propias bodegas.
A veces los pequeños placeres de la vida se esconden en comer un bocadillo de pernil asado con una Super Bock en una terraza.
Esta fue la cena del jueves en Casa Guedes, un bar de gente local famoso por su bocata de pierna de cerdo. Tuvimos que hacer cola, pero la espera empezó a cobrar sentido cuando le dimos el primer bocado. Así terminó el día, en uno de esos lugares donde uno no espera disfrutar tanto.
Día 3
No queríamos irnos de Oporto sin visitar alguna bodega. A esto dedicamos la mañana del viernes, después de nuestro delicioso desayuno frente al apartamento, como hicimos el día anterior, en una sencilla pastelería de barrio con horno propio donde hacían sus dulces típicamente portugueses. Caminamos hasta Vila Nova de Gaia y elegimos la bodega Taylor, una de las más alejadas de la primera línea del río.
En Oporto muchas de las bodegas siguen siendo propiedad de familias británicas. Taylor Fladgate y Yeatman, en su nombre completo, es una de ellas. Después de hacer la visita a la bodega y conocer la historia desde su fundación, terminamos catando dos de sus vinos en un precioso jardín. Uno de ellos tinto, un Late Bottled Vintage de la añada 2013, y el otro un blanco, que viene a ser una rareza entre los oportos, un Chip Dry, una clasificación de vino blanco seco de Oporto introducida en el mercado por la bodega Taylor en 1931. Ambos estaban riquísimos, pero especialmente el blanco, muy distinto a cualquier otro vino blanco conocido.
A nuestra salida de la bodega fuimos a buscar un sitio para comer y recordé la recomendación de un compañero de trabajo de ir a Adega São Nicolau, donde era obligatorio probar las almejas y el bacalao. Dado que nosotros el día anterior lo hicimos bien con el bacalao en su versión con nata y pataniscas, optamos por pedir almejas y acompañarlas de unos callos y una sopita de legumes (verduras).
Qué alegría tener compañeros de trabajo de pico fino que sepan recomendarnos tan bien lugares para comer.
Por la tarde, el plan fue recorrer la rua das Flores y comprar chocolate en la chocolatería Equador, una pequeña tiendita en una esquina de esa calle peatonal desde donde fuimos caminando hasta el café A Brasileira. Este también es uno de los más emblemáticos de la ciudad, pero es más probable que encuentres allí a más gente local y a menos turistas sacando fotos. Tras una profunda rehabilitación fue reabierto en marzo de este año como cafetería del hotel Pestana A Brasileira, que se encuentra justo al lado.
Por último, nuestro última parada la hicimos para comprar el vino blanco que habíamos probado por la mañana en Taylor y llevarlo a casa. Nos habían recomendado ir a comprarlo a una vinoteca especializada en oportos, donde además dejan probar el vino antes de comprarlo. Se llama Garrafeira do Carmo y se encuentra en la rua do Carmo, junto a la universidad de Oporto. Así que no nos lo pensamos dos veces y pusimos rumbo a esta dirección. Nos atendieron muy amablemente y nos invitaron a regresar algún día. Daba gusto el ambiente familiar y la sencillez con la que atienden a los clientes.
Así poníamos punto y final a un viaje de pocos días que disfrutamos de lo lindo. Fuimos con calma y sin llenarnos de planes, pero a nuestro ritmo pudimos redescubrir la ciudad como una de nuestras favoritas para ir con Marieta. Además, está llena de lugares donde probar oportos y aprender un poquito más sobre sus vinos.
Sin duda, ¡volveremos!